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Objetos en el mapa, como en un espejo, podrían estar más cerca o más lejos de lo que parecen.

Esta historia se publicó primero en inglés por The Tico Times. Espero mejorar a mi español y hacer mis historias a hispanohablantes por traducirlas y ponerlos a disposición en su página web. Los errores o problemas con la traducción son mías y por favor, envíenme sus pensamientos a través de mi e-mail: marshall@marshall-cobb.com

“Disculpe. Podría decirnos cuánto falta para llegar a la reserva de Monteverde?”

Detuve mi andar por el camino de lastre y me incliné hacia abajo para ver el chofer. Manejaba uno de esos típicos Daihatsu de alquiler promocionados como un todo terreno de tamaño completo.

Sonreí a la señora en el asiento del acompañante, que parecía nerviosa, y quien accidentalmente hizo contacto visual con el hombre detrás del volante, que parecía estar agotado. Una gota de sudor caía por su sien y él intentó, fallidamente, ignorar las patadas a su asiento, de los dos niños sentados sentados en la parte trasera del automóvil.

Yo había estado en esa exacta posición hace cinco años en nuestro primer viaje a Monteverde. Es un viaje largo y duro, especialmente con familia y con todo el equipaje que implica, en menos espacio de lo que normalmente es proporcionado por una mini refrigeradora. Sus ojos hablaban pánico, así que intenté mantener mi respuesta corta y simple.

“Un poco más de tres kilómetros por ahí.” Dije y apunté a la dirección por la que ya se encaminaba, una calle de tierra llena de baches.

El conductor se inclinó hacia mí hasta que su cabeza estuviera justo por debajo de la barbilla de su esposa. “Eso no puede ser correcto. Pasamos una señal hace tres kilómetros que decía que estábamos a sólo tres kilómetros más.”

También estuve en la misma situación, y había tenido la misma duda. “Pasó por el pueblo de Guacimal de camino acá?”

La mujer, luchando por intervenir, miró más allá de la cabeza de su esposo, buscando las direcciones que tenía en su regazo. -Sí. Y cuando volvimos a la parte asfaltada de la carretera viramos a la derecha. Ahí es donde vimos la señal”.

Yo conocía esa señal. A menudo bromeabamos sobre esta y otras señalizaciones en el campo cercano que, dependiendo de la ruta que se tomaba, indicaba que Monteverde se alejaba mientras más uno se acercaba.

Esta señal es sólo equivocado por tres kilómetros

“Entiendo. La señal está mal. Están ahora a tres kilómetros de la entrada”.

“¿Por qué no arreglan la señal? ¿No es éste el mayor atractivo turístico de la zona?

Él tenía un buen punto, pero no estaba comprendiendo la situación. Pura vida, como la he llegado a conocer en los últimos dos años, significa que usted debería estar contento que la señal apunta a la dirección correcta. El hecho de que alguien pudiera haber confundido qué signo debería ir donde desde un punto de vista de distancia no era realmente importante.

Quería decirle que todos los lugareños saben dónde está la reserva y, como esqueletos de gato encima de árboles, no existen los turistas permanentemente perdidos. Todo iba a salir bien. No dije nada de esto, y en vez tomé el consejo del comediante Bill Burr: trate la situación como usted trataría a un perro de rescate grande y nervioso: lentas y tranquilas palabras y sin movimientos bruscos.

“Sí, eso es correcto. Siga conduciendo por la dirección en que va. Una vez que cruce el puente sigan por la izquierda y verá más señales –”

El chofer agarró las indicaciones de su esposa. “¿Qué puente? ¡No veo un puente!”

La señora, igual de cansada y malhumorada pero también tomando la aproximación del perro de rescate, suavemente lo empujó hacia su lado del carro y tomó de vuelta el ahora arrugado pedazo de papel, que extendió por su ventana hacia mí.

“¿Puede usted por favor simplemente mostrarnos dónde estamos?”

Parpadeé, mientras un gran autobús turístico lleno de turistas acaudalados, con canas, le pitaba al carro parado, y pasó soplando por el lado equivocado de la carretera de lastre. El bocinazo hizo que los niños dejaran de gritar y patear, al menos por un segundo. Lo locales a menudo en broma se refieren a los autobuses turísticos de lujo como los “buses año 5 mil” debido a la edad colectiva de los que hay acá.

Me agaché y miré el mapa. Había visto un montón de mapas horribles, total y completamente no a escala, producidos por los hostales y hoteles de la zona, pero éste parecía casero (criollo, como ahora decimos en nuestra familia).

Ella notó mi vacilación y sonrió. “Hice algunas investigaciones y logré llegar a esto”.

Al fondo, el esposo siempre inquieto rodó sus ojos.

Tomé uno de los extremos del pedazo de papel y traté de descifrar el mapa. Casi todo tenía algo de sentido, y señalé un punto en el borde del comienzo de lo que indicaba que era Monteverde. “Estás aquí”.

Ella frunció el ceño. “No entiendo. Pensé que habíamos conducido a través de Monteverde durante un rato ya”. Ella señaló a un punto más atrás en el mapa. “Vea, este es nuestro hotel. Y nuestro hotel está en Monteverde.”

Esto podría haber tomado una variedad de direcciones. Yo pude haber dicho que una vez los Cuáqueros, que se establecieron aquí en la década de 1950 y nombrado su adquisición Monteverde, arrendaron una gran parte de sus tierras en la década de 1970 para ayudar a crear lo que hoy es la reserva biológica del bosque nuboso de Monteverde. Eventualmente las empresas locales comenzaron a utilizar el turismo como medio de generar ingresos, con hoteles y restaurantes que no estaban particularmente cerca de la reserva y no tenían nada que ver con la conservación que con orgullo se asocia a Monteverde.

Luego, de lo que aprendí de Lucille “Lucky” Guindon (uno de las primeros pobladores Cuáqueros), el gobierno de Costa Rica incluyó en el acta y eventualmente llamó el districto entero Monte Verde (aunque por qué lo hicieron dos palabras sigue siendo un misterio sin resolver).

Podría haber dicho todo eso, pero el chofer probablemente habría recurrido a la violencia. Por el contrario, sonreí y dije, “En realidad su hotel está en un pequeño pueblo llamado Cerro Plano. Sé que es confuso pero todo lo que tienes que hacer es conducir cerca de tres kilómetros más por ahí.” Volví a señalar una vez más hacia la misma dirección en la que se dirigían.

Él no estaba muy convencido, y volvió a acudir al mapa. “Vamos a cenar esta noche en este agradable restaurante con jardines. Nos dijeron que está en Monteverde pero es antes de nuestro hotel, cerca de la señal que decía tres kilómetros hasta la reserva.”

“Eso en realidad es Santa Elena”, le contesté. “Ese es el nombre del pueblo más grande que encontraron al inicio cuando volvieron a la carretera asfaltada”.

Miró con repugnancia su mapa casero. “Entonces eso no es Monteverde?”

Suavemente me alejé de su coche, sonriendo. “Sí, al final del día todo es Monteverde.”

Nadie parecía feliz, y los niños comenzaron a discutir en serio. El hombre se quejó suspirando, y volvió a poner el carro en marcha, de manera un poco brusca, como les pasa a muchas otras personas que no están acostumbradas a usar cambios.

Ella me sonrió y se dio la vuelta lo más que pudo para hacer frente a los niños. “Si ustedes no se comportan no vamos a ir a la fábrica de queso de los Cuáqueros para el tour y el helado más tarde”.

La fábrica de queso se vendió por una decisión de la Asamblea general de la Corporación Monteverde, integrada por más de 200 accionistas, que incluyen algunos Cuáqueros, y costarricenses. Durante más de cuatro décadas, la fábrica de quesos Monteverde fue la principal actividad económica en la región; pero los nuevos desafíos que llegaron con los acuerdos de libre comercio (CAFTA) para la industria lechera en Costa Rica, obligaron a los propietarios a la venta de la compañía en el momento en que todavía tenía un buen valor económico en el mercado.

Los vi marcharse, mientras luchaba contra el impulso de hacerles saber que los Cuáqueros habían vendido la fábrica de queso a una empresa mexicana varios años atrás y que los nuevos propietarios habían eliminado los tours, aunque todavía se podía comprar helado.

Continué mi caminata hacia nuestra casa, que está escondida en el bosque de la aldea de Cerro Plano. Nuestra mudanza aquí fue una decisión inesperada que evolucionó a partir de lo que iba a ser un año sabático. Yo fui exactamente como ese chofer: tipo A, basado en las reglas, y exigente.

Pura vida no me ha cambiado completamente, pero sospecho que caminar y la reducción en los niveles estrés pueden regalarme unos cuantos años que de lo contrario no habría vivido, por lo menos si no termino atropellado por uno de los autobuses de turistas que pasan volando en las secciones libres de aceras del distrito Monte Verde.

 

 

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