Gracias a mi amigo Jose Antonio Brenes por la ayuda con la traducción.
Un par de meses después de que nos mudamos a Costa Rica sonó el teléfono de nuestra casa. Respondí, esperando que fuera otro número equivocado, y en vez me encontré en una conversación extremadamente confusa.
Mi habilidad para hablar español es, hasta la fecha, cuestionable, pero particularmente en nuestros primeros días aquí estaba aterrorizado del teléfono. Las conversaciones en el teléfono carecen de contexto o señales visuales y, particularmente en este lapso, casi nunca involucraron buenas noticias.
En este día en particular, capté aproximadamente una palabra de las cincuenta que dijo la persona que llamó, que estaba más que dispuesta a sacrificar la inflexión y la gramática para transmitir tres minutos de español en treinta segundos. El único fragmento de una palabra que reconocí fue “autobús”. Teniendo en cuenta que no hay identificador de llamadas aquí, y por lo que sabía que la persona que llamaba podría haber pensado que estaban llamando para conseguir un asiento en el próximo autobús, le respondí “¿Qué autobús?”
Luego de unas cuantas rondas más hasta que la persona que llamaba añadió el acrónimo “oo-pe-ss”. Me sonó familiar, y luego logré confirmar de que estaba hablando de un paquete para mí de parte de UPS. Todavía muy confundido sobre el elemento del autobús, colgué y, sin una mejor idea, manejé hasta la estación de autobuses públicos.
Mientras conducía, recordé una serie de llamadas frustrantes de las que fui parte unas semanas antes. Estas llamadas involucraron a mi compañía de tarjetas de crédito, que intentaba enviarme una tarjeta de crédito de reemplazo, y UPS confirmó el recibido de un sobre de la compañía de tarjetas de crédito y al mismo tiempo confirmaron que no me entregarían nada, ya que yo residía bien fuera de su zona de entrega.
Al llegar a la estación de autobuses, reconocí la voz de la mujer que hablaba muy rápido. Seguí el sonido de su voz hacia una fila de personas que esperaban frente a un mostrador separado con un vidrio. Esperé mi turno, luego usé mi español de nivel de kínder para explicar que era a ella a quien acababa de llamar. Me encogí ante el bombardeo que recibí de respuesta, pero entendí que ella tenía otros peces para freír, mientras dejaba su escritorio y salía hacia uno de los autobuses.
Unos veinte minutos más tarde regresó a su escritorio y comenzamos de nuevo. Le di mi nombre algunas veces, intentando confirmar que no había ninguna “k” involucrada, antes de darme por vencido y entregar mi licencia de conducir de Texas. Ella miró intensamente mi licencia, luego buscó debajo de una pila de papeles y sacó un sobre de UPS estropeado con una variedad de pegatinas en el frente. Con entusiasmo, extendí mi brazo para tomar el sobre, pero la mujer lo apartó, exigiendo que necesitaba ver mi pasaporte. Veinte minutos más tarde, después de un viaje de regreso a mi casa para obtener mi pasaporte, abrí el sobre y vi que efectivamente contenía mi nueva tarjeta de crédito, que aparentemente había estado viajando por el país antes de que alguien la pusiera en el autobús público.
Con este episodio y algunos paseos metido en asientos imposiblemente pequeños en este mismo autobús como telón de fondo, es justo decir que no soy un gran admirador del sistema de autobuses públicos. Puedo y he viajado en este autobús arriba y abajo de la montaña en ocasiones, pero generalmente es el último recurso para Gringo Grande.
La semana pasada recibí un correo electrónico de un periódico con el que trabajo en ocasiones, preguntándome si estaría dispuesto a llevar una edición especial próxima a algunos lugares diferentes en mi distrito. “Claro”, respondí. “¿Cómo vas a enviar las copias aquí?”
La respuesta breve decía: “Los enviaremos por encomienda”.
Observé la palabra en mi pantalla, tratando de averiguar qué decía el contacto del periódico. Recientemente había terminado un par de libros diferentes que trataban sobre la horrible opresión de las poblaciones indígenas en esta parte del mundo. El término encomienda había surgido mucho.
Per britannica.com: Aunque la intención original de la encomienda fue reducir los abusos del trabajo forzado (repartimiento) empleado poco después del descubrimiento del Nuevo Mundo, en la práctica se convirtió en una forma de esclavización.
thoughtco.com pone un punto más fino: el sistema de encomienda fue uno de los muchos horrores infligidos a los nativos del Nuevo Mundo durante la conquista y las épocas coloniales. Era esencialmente esclavitud… Legalmente permitía a los españoles matar literalmente a los nativos en los campos y las minas.
Sí, la palabra española encomendar significa “confiar”. Y, sí, aparentemente es cierto que UPS confía en el sistema de autobuses públicos aquí y les envía los paquetes que no desean entregar.
Lo que me desconcierta es cómo una población descendiente de los pueblos indígenas oprimidos por los españoles ha llegado a usar la palabra en español que identifica esta opresión como un nombre para un servicio de entrega. Me pregunto cuánta gente aquí usando el servicio de encomienda entiende la importancia de la palabra, que sería el equivalente a enviar un paquete en Ucrania usando Ostarbeiter.